Mujer de reloj y de rigor, Elizabeth Rodríguez detiene el correr inexorable del tiempo, y nos relata su vida: el trabajo.
Mujer de reloj y de rigor, Elizabeth Rodríguez detiene por un momento el correr inexorable del tiempo, y nos relata en primera persona su testimonio sobre lo que ha sido su pasión durante un gran tramo de su vida: el trabajo.
Habla con vehemencia mientras las palabras van cobrando calor. "De modo que podemos hablar de más de medio siglo, lo cual contado día a día, como debe contarse la vida, son muchos miles de días, de noches sin sueño y de noches de ensueño".
"Toda la vida de Dios, yo he trabajado, desde que estaba muchachita..."
"Toda la vida de Dios, yo he trabajado, desde que estaba muchachita. Tendría once años cuando empecé a ayudar a mamá -María de los Reyes Rodríguez- a hacer arepas. Moler un saco de maíz era trabajo de todos los días. Ya pa' las cuatro de la mañana estábamos trajinando.
En diciembre, cuando empezaban las misas de aguinaldos, nos parábamos a las tres de la madrugada; porque la gente al salir de misa, desayunaba con arepitas y queso; también hacíamos empanadas y eso volaban. Mamá, mis hermanas y yo, no tuvimos descanso.
Después me casé, rodé un tiempo, hasta que hicimos esta casa, yo vendiendo arepas y mi esposo que era albañil. Y hasta el Sol de hoy; no me puedo quejar, así fue como levantamos a los ocho muchachos. Tengo setenta y nueve años cumplidos, y estoy en lo finito. Mientra Dios me dé vida y salud, seguiré haciendo mis arepas, porque ahora es cuando se venden".
Elisa, al preparar sus abultadas y apetitosas arepas, con una destreza y un sentido del gusto que acuden a ella desde imprecisas lejanías del tiempo, no es consciente, tal vez, de su valioso aporte, en el perpetuo empeño de las mujeres por hacer país. Por dar aliento a la vida, al diálogo, al trabajo, a las formas mas entrañables de la convivencia humana, para conquistar un espacio, en una diaria, larga, intensa e irreversible historia.
La senda recorrida por esta mujer, en tantos años de trabajo, ha arrojado sus frutos. Frutos que sus hijos más tarde recogieron para convertirlos en sustento y razón de vida. Había sonado el despestador, llamando a iniciar una nueva jornada, y Elisa estaba plantada ante el fogón, dispuesta a escribir con fuego un nuevo día de su vida.
Carlos Alberto Almarza/@CarlosAlmarza3