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En Machiques murieron 160 personas al caer el avión en una finca de Cachamana

Se cumplen 17 años de la tragedia del West Caribean en Perijá

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Los teléfonos sonaron la madrugada del 16 de agosto de 2005 con la noticia de que un avión de la West Caribbean había caído a tierra en Machiques, con 152 franceses y ocho tripulantes colombianos a bordo, salieron de Panamá con destino a Martinica.



De la tragedia, hace hoy 17 años, pero aún quedan vestigios entre los que llegaron hasta la zona de impacto: familiares de los 160 fallecidos, trabajadores de las morgues, médicos forenses, periodistas, políticos y unidades de la aeronáutica civil que apoyaron las labores de búsqueda y rescate de las víctimas.

La West Caribbean era una compañía que estaba en quiebra,  les debía hasta seis meses de sueldo a los pilotos, que nunca los entrenaron para enfrentar una situación a gran altitud,

Los errores humanos que presuntamente provocaron la caída del vuelo 708 de la aerolínea colombiana, dibujaron una escena con piezas de cuerpos, cadáveres calcinados, pedazos de la aeronave modelo MD-82, un penetrante olor a descomposición y zapatos, carteras y pasaportes, esparcidas en un radio de 300 metros que no pudieron recorrerse el primer día de la investigación por lo fangoso y anegado del terreno.


De acuerdo con el informe final presentado por la Junta Investigadora de Accidentes del Instituto Nacional de  Aeronáutica Civil de Venezuela (Inac),  publicado en 2010, hasta las 2:26 am. de aquella madrugada, el viaje parecía desarrollarse sin inconveniente alguno.  

El piloto Omar Ospina y su copiloto David Muñoz, oriundos de Medellín, cumplían el plan de vuelo que estaba previsto. Iniciaron el ascenso de la nave hasta 31.000 pies de altura y conectaron el piloto automático autorizados por el Control de Panamá. El sistema antihielo estaba en funcionamiento.



El avión se encontraba en “fase de crucero” con la velocidad apropiada. Pasados 13 minutos, la tripulación solicitó un nivel de vuelo superior. Las condiciones meteorológicas alertaban de una tormenta. El ascenso se dio a 33 mil pies. Pero cuando comenzó a subir, el aparato no soportó el peso y la velocidad disminuyó. La tragedia apenas asomaba incipientes alertas que fueron ignoradas por el comandante.
Atrás, la tripulación de cabina, integrada por los auxiliares de vuelo Wilson Palacios, Ángela Peña y Gustavo García, servía la comida a los pasajeros. En esa misma área estaba el resto de los empleados de la aerolínea,  los técnicos Alejandra Estrada y Edgar Jérez; y el despachador Jhon Jairo Buendía.

A las 2:49 am. la cena distrajo la atención del capitán. La conversación quedó registrada en el grabador de voces de la cabina, extraído de la caja negra: 

—“Mire a ver un pastelito”,  expresó Ospina, solicitando algo de comer. 
—¿Lo prendo ahí Capi o qué?, preguntó Muñoz, sugiriendo el encendido, nuevamente, del sistema antihielo.
—¿No tendrán hielo? repreguntó el capitán.
—No, contestó el copiloto.

La velocidad del avión seguía en descenso: —¿Y eso por qué, Capi?, ¿Hielo en las superficies o qué? 

¿Será que conectamos el sistema antihielo de las superficies aerodinámicas?
De manera incomprensible el capitán responde:

—¿Es engine airfol (los motores)… cierto?
—Sí, responde Muñoz.
—¡Qué mal tiempo, hermano!, exclamó Ospina, en el momento en que desactiva el piloto automático, y hacen una pausa en la conversación.

El silencio es interrumpido, un minuto después, por una alarma. 

El capitán suelta una indicación: —Dame tres uno cero (31 mil pies) mientras el avión descendía con una velocidad vertical (hacia abajo) de 2.500 pies por minuto. La palanca de mando vibró repetidas veces.

—Estamos entrando en pérdida, Capi, repitió, asustado, el copiloto.

A solicitud del capitán, Muñoz establece un contacto con Control Maiquetía y solicitan descender a 29.000 pies en el espacio aéreo venezolano. La velocidad vertical se sitúa en torno a los 5.500 pies por minuto, pero hasta las 2:58 am. el copiloto no anuncia una situación de emergencia.

—¿Hay algún problema a bordo?, pregunta el controlador.
—Hay flame out (apagado) en ambos motores, responde Muñoz, a solicitud del comandante, a quien le autorizan el descenso. Pero la velocidad vertical ahora es de 7.000 pies por minuto.
—Necesitamos la altitud mínima en ruta, pide nuevamente Muñoz al controlador venezolano, cuando la velocidad vertical de descenso supera los 12.000 pies por minuto.
—Indique posición o distancia de Puerto Cabello… 
—Negativo. ¡El avión está incontrolable!, respondió el copiloto.
—Indique posición de Santa Bárbara del Zulia o la radioayuda de Valera.
—Negativo, responde nuevamente Muñoz.  “El avión está incontrolable”, repetía desesperado, mientras caían  desde unos 10.950 pies.
—Indique cuántas personas a bordo.
—Llevamos 152 pasajeros a bordo… Luego hubo un silencio profundo que era interrumpido, insistente, por la voz del controlador de Maiquetía.  

Un fuerte estruendo, en medio de una tormenta, despertó a las 3:00 am  al caserío La Cachamana, donde está ubicada la hacienda La Cuchara (en Machiques, estado Zulia). 

A 11 años de la tragedia, dos especialistas en la materia, Manuel Puerta, quien se sumó a la junta investigadora del accidente; y Enrique Martín Cuervo, fundador de la Organización de Rescate 
Humboldt, explican a PANORAMA, los detalles más resaltantes. 

“La aeronave fue llevada más allá de sus límites. Se trata de un avión que estaba muy pesado, que debió volar a un nivel inferior y fue elevado más de la cuenta. Aerodinámicamente, se fue degradando su capacidad de vuelo hasta que entró en pérdida, es decir, las alas dejaron de generar sustentación y empezó a caer como si soltaran una piedra al piso”, indicó Puerta.
El investigador puntualiza que la tripulación cumplía un plan de vuelo de Panamá a Martinica y tenía que hacer  un ascenso  escalonado: despegaban, llegaban a primer nivel de crucero donde se iban a mantener  un tiempo determinado e iniciar un nuevo ascenso hasta el nivel final de vuelo con el que iban a llegar a su destino.

“En la situación que se les presenta desde el momento en que llegaron a Panamá con condiciones climáticas adversas, el piloto y el copiloto buscaron ascender al nivel final de vuelo sin considerar lo que establecen las tablas del fabricante del avión para saber si con las 148 mil libras que tenían en ese momento (unas 73 toneladas) podían alcanzar los  33 mil pies de altura”, destaca. 

“La aeronave les da una señal de alerta y la tripulación no sabe interpretarla. Los motores funcionaban, contrario a lo que ellos reportaron al controlador,  pero no les entraba suficiente aire para hacer el impulso. Es como cuando un gordo intenta subir una montaña, y aunque lo empujen diez personas,   se le dificulta, y simplemente se desplomó”, explicó Martín Cuervo.

Puerta detalla sobre el funcionamiento del MD-82 y expresa que todo avión tiene un sistema computarizado o piloto automático, pero debe programarse  de acuerdo con los requerimientos del vuelo.  

“Ellos lo tenían conectado y en cierta forma descuidaron la parte de la velocidad. El piloto automático no está diseñado para desconectarse si la velocidad disminuye y eso fue determinante. El piloto automático estaba programado para mantenerse en los 33 mil pies y comienza a subir la nariz debido a la reducción de la velocidad es ahí cuando se pierde la  sustentación”, precisó. 

—¿Pudo haberse evitado la tragedia? 

Ambos coinciden en una misma maniobra: “Con bajar la nariz de la aeronave  hubiese logrado aumentar la velocidad. Eso le da tracción (empuje) al aparato y puede mantener el vuelo. Pero el piloto sintió que no estaba volando sino que estaba cayendo. No chequeó los instrumentos del motor”.

Martín Cuervo fue crítico: “El controlador tampoco los supo apoyar. Cuando se da cuenta de que el avión está  cayendo, le pregunta si tiene algún problema y solo le reportan un flame out, para colmo le hizo preguntas irrelevantes:

 —¿Cuántas personas van a bordo? Distrajo al piloto de las acciones que debía asumir. Debió orientarlo: ¿Cuál es la situación que usted tiene? ¿Un flame out? ¿Está seguro que sus motores están apagados? Revise sus  instrumentos… ”.

No hubo inexperiencia. Omar Ospina tenía 5.942,07 horas totales como piloto profesional con una experiencia acumulada de 14 años. Su último entrenamiento en simulador para la nave DC-9-82, lo había realizado en  junio de 2005, con resultados satisfactorios.

“Pero hizo prácticas de pérdidas en aterrizaje y despegue y no en lo que llamamos en la aviación como pérdidas  limpias, es decir cuando la aeronave está nivelada en crucero y en vuelo recto”, apunta Manuel Puerta.

 Cuervo asegura que la West Caribbean era una compañía que estaba en quiebra, que les debía hasta seis meses de sueldo a los pilotos, que no les daba los entrenamientos adecuados. “Recibían sus simulaciones anuales, pero nunca los entrenaron para enfrentar una situación a gran altitud”, señala.

“Su mente no estaba donde tenía que estar. Parte de eso se evidenció en medio de la crisis que vivió el avión. Él estaba preocupado, pero no entendía qué ocurría. Le inquietaba no tener los recursos económicos para inscribir a su hijo en la universidad como lo expresó su esposa en una entrevista. 

Ellos montaron un bar-restaurante en Medellín y cada vez que debía volar por las noches, debido a un vuelo charter o un vuelo fletado, lo pensaba mil veces por la inseguridad en que quedaba su esposa atendiendo el negocio en la ciudad colombiana”, precisó Puerta.

El vuelo fatal, que terminó en un barzal pantanoso de Machiques, y que cobró la vida de sus 160 ocupantes, tuvo una seguidilla de despegues y aterrizajes que sumaron 20 horas consecutivas de operaciones intensas, que fueron administradas por una aerolínea que atravesaba problemas financieros y que cinco meses atrás había sido protagonista de otro accidente aéreo, registrado en Providencia, en Colombia, en el que murieron 23 personas.
—¿La responsabilidad? 

Las autoridades aeronáuticas colombianas, encargadas de supervisar   las inspecciones a la aerolínea, que en oportunidades anteriores habían sancionado aquel agosto de 2005 fueron permisivas. La West Caribbean  cerró sus puertas y los familiares de las víctimas, aún, esperan que se haga justicia.



Via: Panorama/La Verdad


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Perijaneros.com: En Machiques murieron 160 personas al caer el avión en una finca de Cachamana
En Machiques murieron 160 personas al caer el avión en una finca de Cachamana
Se cumplen 17 años de la tragedia del West Caribean en Perijá
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